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  • Designation: Emprendedores

Por: Natalia Matamoros

/// Un incendio de gran magnitud ocurrido el 23 de marzo de 2015 redujo a cenizas la panadería de la familia Salazar Banda, ubicada en la urbanización  Los Olivos de Maracay (Venezuela). El local de nombre, «La Abundancia de Fátima», que en cuestión de horas fue consumido por las llamas, era el patrimonio de Gloria Banda y su esposo José Luis.

Gloria aún conserva en su memoria que una fuga de gas produjo la combustión. Las neveras, los hornos y mostradores quedaron calcinados. Los pocos productos que no fueron arropados por el fuego, tampoco pudieron recuperarse.

«Unas botellas de refresco y algunas golosinas importadas que se salvaron de las llamas estaban impregnadas de gas. No podían consumirse y las tuve que lanzar a la basura. Se perdieron años de trabajo y el único medio de sustento de nuestra familia. Quedamos prácticamente en la calle», relata.

Recuperar de nuevo el negocio en una Venezuela en decadencia por el desabastecimiento de insumos y encarecimiento de los productos básicos, debido a la inflación que carcomía la economía del país; era una labor titánica, prácticamente imposible. Los daños que sufrió el establecimiento fueron críticos. «Hasta el techo de machihembrado se vino abajo por el calor del fuego y el sistema de tuberías quedó destruido», detalla Gloria.

Ante este panorama poco alentador surgió una alternativa: Gloria tenía una hija que había conocido a un mexicano por Internet y ambos se flecharon. La joven se fue a vivir al país azteca y tras formar un hogar, le propuso a José Luis, esposo de Gloria que se mudara a la Ciudad de México a probar suerte.

La crisis en Venezuela se iba agudizando, no había esperanzas de mejoría y José Luis empacó sus maletas. Se llevó la ropa necesaria junto con sus sólidos conocimientos del rubro panadero y pastelero para tomar un vuelo con destino a México el 22 de octubre de 2015. Él no quiso incomodar a la hija de Gloria, pues esperaba un bebé. A su llegada, se instaló en una habitación pequeña que tenía los muebles básicos, ubicada en el sector Tlahuac, un popular barrio mexicano de gente cálida y humilde.

Después de tener un estilo de vida holgado y de comodidades, José Luis tuvo que adaptarse a  sobrevivir con lo básico. Gloria cuenta que el cambio, no hizo que desistiera de la idea de buscar un mejor porvenir en otras tierras. Consiguió trabajo en una fábrica de panes, mientras se rebuscaba en otros oficios como lava lozas en retaurantes de la ciudad.

El dinero que obtenía trabajando en varios sitios lo estiraba. Debía alcanzar para pagar el alquiler de la habitación y mandarle dinero a Gloria que seguía en Venezuela con la hija menor del matrimonio. «Recuerdo que me daba 200 pesos y me alcanzaba para pagar el colegio de la niña y cubrir otros gastos básicos. Tenía que esperar que culminara el año escolar para mudarme a México», comenta.

Paralelo a sus maratónicas jornadas de trabajo, José Luis, debía ocupar tiempo para resolver su situación migratoria. No podía costear un abogado privado para tener el permiso como residente temporal. Pero, le pasaron el dato que podía solucionar su estancia legal con la ayuda de los consultores jurídicos de la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (Comar). Al poco tiempo, le entregaron su carnet como residente permanente.

El reencuentro para seguir la lucha

Tuvo que pasar año y medio para que Gloria y José Luis volvieran a unirse definitivamente. «Nos veíamos en temporadas cuando me iba de vacaciones y me quedaba en casa de mi hija mayor, pero no era lo mismo. Hacía falta que ese calor familiar se mantuviera y no fuese pasajero por la distancia», cuenta la mujer.

Una vez reunidos en México, el yerno le propuso a Gloria y a José Luis montar una panadería. Consiguieron un local modesto, cercano a Polanco. El establecimiento era muy pequeño y humilde. Carecía de los acabados de lujo que mostraba la panadería que tenían en Venezuela, pero por algo había que empezar para emprender.

«Recuerdo que llegaban venezolanos que vivían bien y estacionaban sus carros al frente del negocio. Muchos cuando se bajaban y veían que era un local humilde con solo una mesa para brindar atención a los comensales; prendían el vehículo y se marchaban. En una oportunidad, una señora, me dijo: disculpe, me equivoqué de local y se fue».

Aún así la pareja seguía produciendo. No solo hacía las especialidades de Venezuela: pan de jamón, cachitos, pan francés, canillas, entre otros. También le sumaron el bolillo mexicano. A las pizzas le ponían su toque de chile para adaptarlas a la gastronomía azteca.

Los vecinos y venezolanos de la zona le compraban.  Gloria y José Luis ya estaban alzando vuelo como el Fénix, cuando resurgió de las cenizas, pero aún no habían alcanzado suficiente altura. Lo que producían, solo les alcanzaba para sobrevivir y pagar los servicios básicos».

Hubo paisanos que se les acercaron con la intención de asociarse para mudar el negocio a un local más amplio. Algunos eran prepotentes, tenían la típica actitud de los nuevos ricos, altivos y soberbios. Por eso optaron por establecer una alianza con un hombre sencillo y humilde. Unieron capital y conocimientos para el surgimiento de lo hoy se conoce como la Panadería Charlotte.

Ahora la panadería opera en un local más amplio, en una de las zonas más acaudaladas de la Ciudad de México: Polanco. Sus paredes están decoradas con afiches alusivos a Venezuela y a un lado muestra con orgullo la bandera. Al entrar los paisanos se sienten como en casa, en especial en diciembre, cuando escuchan con nostalgias las tradicionales gaitas.

El nuevo espacio tiene varios hornos que con sacrificio fueron comprando, a medida que la clientela fue creciendo. Sus mostradores no solo ofrecen panes y dulces, también las típicas bebidas: malta, frescolita y los jugos Frica. Hasta los pirulines que matan cualquier antojo.

 Ambos pudieron alquilar un apartamento más cómodo en Tacuba; amoblarlo a su gusto, hacer un buen mercado, e inscribir a su pequeña hija en un colegio privado. «Lo que hemos logrado ha sido con mucho sacrificio. Trabajamos los fines de semana y los feriados. No descansamos. Mientras algunos se van de viaje en esas fechas, nosotros estamos aquí horneando pan para vender. Solo así se obtienen buenos resultados y se alcanza el éxito», dice la emprendedora.

La panadería se ha convertido en punto de encuentro de los venezolanos. Allí llegan piden un café y un pan, y se sientan a debatir sobre la situación del país, a recordar con nostalgia su vida anterior, echan cuentos y chistes. Los visitantes son atendidos por la propia dueña, Gloria. Ella les da la bienvenida con una sonrisa cálida y una atención espacial que invita a quedarse allí por horas.

Hasta los artistas venezolanos aterrizan en el establecimiento para promocionar sus presentaciones. Aunque esta pareja ha logrado levantarse, el sueño de seguir creciendo no termina.  «Recuperamos lo que perdimos en Venezuela. La meta es continuar expandiendo el negocio y consolidarlo como lugar común para unir a los nacidos en la tierra de Bolívar».