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Por: Natalia Matamoros

«Si yo no tengo un presente, mi hijo tampoco tendrá un futuro». Esa fue la reflexión que hizo Ronald Rojas en septiembre de 2016 y que lo llevó a tomar la difícil decisión de salir de Venezuela a finales de ese año. Él es periodista y antes de partir trabajaba como coordinador de deportes del diario El Nacional.

Aunque el sueldo se lo incrementaban con frecuencia, la cantidad que devengaba era aplastada por la avalancha inflacionaria que pulverizó hasta los salarios más ostentosos. «Salir a un centro comercial a tomarse un café o pasear con mi hijo al parque, ya era un lujo. No dejaba de pensar que cuando mi hijo tuviera la edad para ir al cine, no iba a tener para darle y mucho menos para pagarle una universidad. Las esperanzas de ofrecerle un futuro promisor, eran remotas», relata.

Fue así como transitó por su mente la idea de marcharse. Una opción era Estados Unidos, pero no quería llegar indocumentado. Quería arribar a otras tierras con los permisos requeridos para seguir ejerciendo su profesión. Mientras él y su esposa estudiaban otras alternativas. Se detuvieron a pensar que México era el destino ideal. Allí viven sus suegros y podrían tramitarles las visas de trabajo para ingresar al país e incorporarse al mercado laboral sin mayores inconvenientes.

Así lo hicieron. A los pocos días los suegros de Ronald contactaron a unos abogados migratorios y en poco tiempo él y su esposa tuvieron sus documentos. Ronald llegó a una ciudad que describe como «un paraíso escondido en territorio maya: Mérida (Yucatán)». La urbe lo recibió con un calor de 35 grados que contrasta con las templadas temperaturas de Caracas, pero que a cambio le ofrecía la tranquilidad y el futuro que tanto buscaba.

La primera noche que él salió a dar una vuelta, notó la diferencia. «No tenía que voltear para los lados por temor a que me quitaran el celular o que me robaran el reloj. Entonces me dije: vale la pena».

Como la mayoría de los migrantes a Ronald también le tocó empezar de cero. Comenzó a laborar en una empresa para organizar documentos. Luego con sus ahorros y la ayuda de sus suegros compró un vehículo y trabajaba como Uber. Sin embargo, la circulación como taxista fue revocada porque aún no estaba reglamentado el funcionamiento de ese servicio en la ciudad.

Días antes de que se quedara sin empleo, le habían dado la oportunidad de trabajar en un periódico de la región.

«Fuí a la Feria de la Lectura de Yucatán y las editoriales de periódicos y revistas eran las protagonistas: montaron stands para promocionar sus productos y servicios. Me acerqué al jefe de un periódico de la zona, me le presenté y le entregué el CV.

Me comentó: tengo un periodista que se jubila el viernes y si estás interesado ve a las instalaciones el lunes para que ocupes su lugar».

Cuando acudió a la sede del periódico se enteró que el reportero que estaba por irse no se jubiló, y por ende la vacante no estaba disponible. «Perdí mi empleo como taxista y la posibilidad de ingresar a un medio. Esa tarde cuando me negaron el chance de entrar a un periódico, me fui a un parque a meditar y me pregunté: ¿qué hago yo acá?

Meta alcanzada

Ronald había ingresado CV en varios medios. Uno de ellos era la Cadena Rasa, uno de los principales circuitos radiales de Yucatán. Dos semanas después de haberse quedado sin empleo, lo llamaron para que comenzara como reportero. «En mi primera pauta me pidieron que llamara a un médico. No tenía contactos aquí como los que tenía en Venezuela porque no conocía a nadie. Le hablé a mi suegro, me dio el número de un doctor conocido y resolví, dijo.

Y así hizo en lo sucesivo. Ingeniárselas para conseguir contactos y hacer las entrevistas que le pautaban. En paralelo su esposa también había conseguido trabajo en una estación de radio. «La situación empezaba a mejorar. Ambos ejercíamos lo que nos apasionaba: el periodismo».

En Venezuela Ronald se había especializado en la fuente deportiva. Acá ha tenido que desenvolverse en otras áreas: economía y política. Ha tenido que aprender cómo funcionan los poderes de la región, conocer a los voceros, empaparse del sistema político, legislativo y judicial para hacer preguntas incisivas y acertadas.

Gracias a su dedicación se ha ganado la admiración y el respeto de sus colegas mexicanos, lo consideran un yucateco más.

Él ha logrado estabilizarse lejos de casa, después de caminar por senderos espinosos. Por eso ve más distante la posibilidad de regresar a Venezuela para quedarse. «Mi hijo ya tiene sus amigos acá y está feliz, está creciendo en una ciudad que le brinda seguridad y un futuro mejor. Claro en mi país natal dejé a mis afectos: mis padres, a quienes planeo ver para abrazarlos de nuevo, compartir con ellos y con mi hermano que sigue allá. Pero ahora la situación es distinta porque iría en calidad de visitante», concluye.