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Motivado por su hermano que vive en Ciudad de México, Christian Segovia empacó sus maletas en Caracas y se llevó su título universitario de ingeniero electrónico bajo el brazo. Su esposa lo acompañó en esta nueva aventura que significaba emigrar. Al llegar a la capital del país azteca empezó su búsqueda de trabajo. Ya en Venezuela había gestionado su visa de residente temporal. Tenía todos los documentos legales para incorporarse al mercado laboral en su área.

Él y su cónyuge trajeron consigo sus ahorros y un dinero adicional, producto de la venta de sus dos vehículos. Llevaban un colchón de dinero para mantenerse al menos dos meses, mientras conseguían empleo. Christian inició su peregrinaje por al menos 30 empresas dedicadas al área donde se desempeñaba, sin resultados positivos. A la par enviaba entre 20 y 30 hojas de vida diarias en las bolsas de empleo de Internet. Tampoco tuvo suerte, de ningún lugar lo llamaron. Su pareja, Adriana, quien es administradora de empresas fue rechazada de los lugares donde tocó puertas para laborar en su área.

Pasaron dos meses y siguieron en la misma situación. Sus ahorros se estaban agotando. Tuvieron que buscar otros oficios para no dormir en la calle. Christian consiguió trabajo en una taquería, mientras que Adriana en una tienda de ropa de damas. Ellos se vieron en la necesidad de mudarse del lugar donde rentaban. «Ya no podíamos pagar el apartamento. Se ubicaba en un punto céntrico, a pocas cuadras del Metro Cuauhtémoc de la Ciudad de México. Nos quedaba a menos de 20 minutos del trabajo. No nos quedó otra alternativa que trasladarnos a la periferia, al estado de México. Allí los alquileres son más baratos», relata Christian.

Se mudaron a un apartamento modesto de dos habitaciones y un baño. En una estructura de vieja data, en Ecatepec. Allí solo pagan 4.000 pesos, un poco menos de la mitad de lo que pagaban en la colonia Doctores. De día el sector donde viven es tranquilo, pero en la noche sus habitantes evitan transitar después de las 9:00pm. Los vecinos comentan que a partir de esa hora, pocos se salvan de la arremetida del hampa.

Desde que se mudó la pareja ha mermado su calidad de vida. No solo deben lidiar con el tema de la inseguidad, también tienen que invertir tres horas para llegar a sus lugares de trabajo. «Entro a las 9:00am y debo salir de la casa a más tardar a las 6:20am y abordar al menos tres unidades de transporte para ir a la Zona Rosa, donde está el restaurante. Mi esposa inyecta esa misma cantidad de tiempo en su rutina diaria y es desgastante. Solo duermo cinco horas. No tengo calidad de vida», comenta Christian.

Según César Augusto Alonso, sociólogo y asesor inmobiliario, cerca del 80% de los connacionales que emigran a la Ciudad de México buscan sitios baratos donde vivir porque no cuentan con ingresos elevados que les permitan pagar alquileres en el centro de la ciudad, donde la calidad de vida es más costosa porque se encuentran las fuentes del empleo y las oportunidades de estudio. Para rentar un apartamento modesto en el centro de la ciudad, se requieren al menos cuatro salarios mínimos, es decir unos 15.000 pesos mensuales, lo que representa 669 dólares.

«La mayoría de los venezolanos que llegan a México devengan sueldo mínimo, es decir 3.747 pesos, cerca de 170 dólares mensuales. Eso no les alcanza para rentar en zonas céntricas como Polanco, Reforma, Chapultepec, Anzures, Colonia del Valle, Coyoacán y Doctores. Deben desplazarse hacia los sectores populares, distantes de la metrópolis como Tláhuac, Nezahualcóyotl, Ecatepec, Tlanelpantla, Iztapalapa, Iztapaluca. En esos lugares pueden conseguirse apartamentos entre 4.000 y 6.000 pesos. Toluca, es otra opción. Allí las rentas son accesibles y el clima fresco de montaña, la convierte en una zona amigable».

Hay quienes se han mudado al interior del país. En otros estados la vida es más barata. «Tuve unos clientes que vivían cerca del metro San Joaquín de la Ciudad de México, un punto céntrico, con todos los servicios a la mano, pero pagaban de alquiler 11.000 pesos, cantidad que no podían costear. O comían o pagaban alquiler y servicios. Ante esa disyuntiva, se mudaron a la provincia, a León Guanajuato. Allí pagan por un apartamento cómodo de dos recámaras 6.000 pesos. Casi la mitad de lo que invertía en la Ciudad de México. Otros destinos como Querétaro, Guadalajara y algunas zonas de Mérida, los alquileres de inmuebles no son tan elevados. Se ajustan al presupuesto del migrante.

Posibilidades de compra: nulas

Si para los criollos les cuesta alquilar una vivienda, comprarla en una tarea titánica, prácticamente imposible. De acuerdo con el análisis de Alonso, las probabilidades de adquisición rondan entre el 1 y 5% de los que emigran. La mayoría de los bancos y entidades de préstamo hipotecario piden un historial crediticio. La mayoría no tiene, son recién llegados que están en búsqueda de estabilidad. Infonavit, un organismo del estado que otorga préstamos hipotecarios pide al menos tres años de cotización. Hay quienes no tienen ni dos años en el país. Mientras que otros no trabajan en lugares donde puedan tener este tipo de beneficio y se le descuenten de su nómina. Por su parte, hay bancos que piden ingresos de hasta 60.000 pesos mensuales por núcleo familiar y la mayoría apenas devenga 10.000 pesos al mes. Otro agravante son los problemas alusivos a la documentación. Muchos tienen el pasaporte venezolano vencido y no tienen probabilidades de renovación a corto y mediano plazo. Otros no tienen la residencia permanente y eso imposibilita la compra, aunque el interesado tenga el dinero.

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